Una motoneta, la pequeña gigante culpable de todo
- karenOrozco
- 13 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 feb 2021
Yo creo que grandes aventureros, antes de declararse como tales, vivieron una etapa en la que su vida cambió por completo casi sin darse cuenta para convertirse en quienes son en este momento.

La vida da muchas vueltas. Siempre me gustaron las motos; quizá alguna vez le dije a mi mamá que quería una, pero no pasó de compartir entre nosotras un par de miradas y sonrisas tensas con las cuales se finalizaba la conversación. Pasaron los años y gracias a una beca que obtuve para estudiar en Cancún, Quintana Roo durante 6 meses fue en donde comenzó la aventura.

Salía muy costoso trasladarme por transporte público a la universidad en donde estaba estudiando, en aquel entonces tenía un novio con quien compartía los diferentes gastos que implican estudiar un poquito lejos de casa; haciendo cuentas y como un destello, se nos ocurrió que podríamos comprar una pequeña motoneta entre los dos y así ahorrar muchísimo. (Al final, el terminó pagándola pues yo en aquel entonces era pésima con mis finanzas personales y bueno, espero que ya me haya perdonado; al fin y al cabo, también fue muy feliz al igual que yo.
Así pues, tomamos la decisión y una mañana de fin de semana, fuimos a un centro comercial, vimos algunas opciones y entonces apareció la elegida. Una pequeña motoneta color negro cilindrada 125 (si no sabes mucho de motos, puedo decirte que es un motor pequeñito) la cual, mi en aquel entonces novio, aprendió a manejar ese mismo día; se dio un par de vueltas en las calles de Cancún y cuando se sintió seguro me dijo <¡Listo! Súbete, creo que ya lo tengo>

Me subí, muy temerosa de tirarnos a los dos a media calle y que todo terminara en desastre, sin embargo, el destino marcaba que a partir de ese momento, en el que mis chanclitas y sus tenis estuvieran arriba de esa moto, todo cambiaría en nuestras vidas y que hasta el día en que escribo ésta primer entrada del blog, ninguno de los dos ha dejado de vivir una vida maravillosa sobre dos ruedas.
La aventura no se hizo esperar, ambos con un espíritu inquieto y aventurero, comenzamos a ir un poquito más lejos de la universidad y el supermercado (aunque déjame decirte que incluso ir al supermercado era toda una aventura que aun ahora me saca algunas carcajadas) Aún no me explico como comprábamos todo lo que necesitábamos con un éxito rotundo sin que se cayera nada en el camino.

Ahorrar era clave gran porcentaje de nuestras becas se destinaba para futuros viajes y cuando teníamos oportunidad, nos escapábamos tan lejos como podíamos, y si, la gran mayoría de las aventuras fueron sobre esa pequeña motoneta de cilindrada pequeña, la cual con mucho cariño recuerdo por su tan original nombre “la negra Tomasa” (ya se, era negra y no se nos ocurrió otra cosa) pero era nuestra negra, nuestra Tomasa y nuestra primer compañera de aventuras.

Conquistamos lugares maravillosos y terminamos en playas casi desiertas; me sentía como los piratas del caribe y el perla negra con la única diferencia de que estos dos piratas también iban por tortillas y tenían que ir a la universidad.
Así pasaron 6 meses, seis increíbles y contrastantes meses de mi vida (con muchos días muy felices y otros llenos de aprendizaje), pero tenía que volver a casa en la ciudad de México. La negrita Tomasa fue vendida a una persona que nunca vi y espero que la haya aprovechado porque ya traía un espíritu aventurero y mucha arena en sus piezas (aunque eso nunca lo sabré). Recuerdo el día que se vendió, estaba lloviendo muy fuerte e incluso se inundó el lugar donde vivía. Una enorme y melancólica despedida para una bola de fierros que detonó un tremendo cambio en mi vida.

Llegó el día de subir al avión, lloré muchísimo, no se como me habré visto, pues el señor que estaba a un par de asientos de mi, no pudo evitar tratar de consolarme y preguntarme si me encontraba bien; me limité a decirle que estaba casi perfecta, que sólo lloraba porque me sentía con mucha nostalgia de volver a casa o ¿irme de casa? En fin…le agradecí el gesto y tomé todo ese papel que me ofrecía para limpiar mi nariz mientras leía una carta de en aquel entonces mi compañero de aventuras que finalizaba con la frase..."A partir de ahora, que en tu vida no transcurran días con el ímpetu sereno..." Y cuanta razón tenía.

¿Que sigue después?
Bueno, tres años pasaron de esa aventura cuando llegó mi moto, Chepita… Pero esa es otra historia y será contada en otro momento.
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